Siempre lo recuerdo a nuestro lado. Callado, observándolo todo. Una especie de guardián que, desde su marco de madera, nos protege del frío que más allá del quicio siempre nos amenaza. A Él acudían las pupilas cuando buscaban un aliento que confortara más que los abrazos y, a veces, jugaba la curiosidad del niño a encontrar una mueca que le mostrara, de una vez por todas, la sonrisa de Dios en el salón de su propia casa.
Seguía siendo y es, mitad Cristo y mitad padre. Fedatario de cumpleaños y confidente de sueños. Uno más en la humildad del morado callado de tinta y revelado.
Esta tarde no podremos ir a verlo en persona para contarle el sinsabor de la mañana y su rostro dejará huérfana la hornacina. Pero son sólo días su ausencia, no temáis. Los suficientes para llenar con trigo nuestras manos y perdón nuestros costados.
Mientras tanto, le hablaré con los ojos a Aquél que comparte mesa y mantel con los míos. El mismo que va marcando con su Gran Poder el ritmo de todos los días de mi vida.
Seguía siendo y es, mitad Cristo y mitad padre. Fedatario de cumpleaños y confidente de sueños. Uno más en la humildad del morado callado de tinta y revelado.
Esta tarde no podremos ir a verlo en persona para contarle el sinsabor de la mañana y su rostro dejará huérfana la hornacina. Pero son sólo días su ausencia, no temáis. Los suficientes para llenar con trigo nuestras manos y perdón nuestros costados.
Mientras tanto, le hablaré con los ojos a Aquél que comparte mesa y mantel con los míos. El mismo que va marcando con su Gran Poder el ritmo de todos los días de mi vida.
2 comentarios:
Un fuerte abrazo, querido amigo.
Hombre, cuánto bueno por aqui...
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