21 de septiembre de 2010

Labordeta o el llanto de la tierra.

Estos días hemos recibido una triste noticia que, por anunciada, nunca deja de sorprenderte, de helarte la sangre. Tan helada queda a veces que ella misma prende, inerte y amenazante, como esos carámbanos que tintinean en el techo de cualquier gruta que nutren nuestra Península.
Y es que así de dura y efímera es la vida. Siempre dando, a diestro y siniestro, una de cal y cuatro de arena. Batiendo implacable al viento que amenaza desde la colina nevada, desde las riberas fluviales, desde los mantos verdes que forman los olivares sobre la campiña...
Hoy la tierra, nuestra tierra, la tierra de todos, porque precisamente a nadie pertenece, llora en barbecho la letanía de los aperos guardados en la casetilla y son los ángeles los que cubren con sus alas, desde Aragón al Bierzo, el Maná que cae del cielo para nutrir nuestra vida en pequeño calabobo.
Los caminos y veredas, la plaza del pueblo y las cañadas reales notarán que cada vez se pisa con poca fuerza y menos amor. El hombre no concibe su fugacidad, comparándose estúpidamente con el horizonte. El desprecio a la raíz será el que termine por contaminarnos la sangre, llenando de hierro oscuro nuestras pupilas.
Los pueblos de España están tristes y se apartan con el pudor orgulloso que tienen los oriundos para llorar a sus muertos, siempre del portalón para adentro.
Ya nunca más caminarán sobre sus tierras con el amor que lo hacía Labordeta.

1 comentario:

Tanquanovis dijo...

Magnífico, Juan, no puedo estar más de acuerdo contigo, vaya capote que le acabas de echar al amigo Labordeta, alguien que vivía, caminaba y hablaba de frente, como deben ser los hombres, los auténticos, los buenos, los de verdad.

Saludos cordiales.